El «Polifemo» de Luis de Góngora. Ensayo de crítica e historia literaria,
Barcelona, Península, 2001.
PRESENTACIÓN
En sus Cuestiones gongorinas, Alfonso Reyes dejó escrita una frase a la que Borges dio celebridad: «Esto es lo malo de no hacer imprimir las obras: que se va la vida en rehacerlas». Algunos años de la mía se han ido ya tejiendo, destejiendo y remendando muchos y diversos materiales con vistas a una futura, pero no próxima, edición conjunta de la Fábula de Polifemo y Galatea, las Soledades y otros poemas de don Luis de Góngora. De hecho, los materiales reunidos para el Polifemo llevaban camino de cumplir el plazo de reserva aconsejado por Horacio a quien escribe versos: «guarda lo escrito nueve años escondido» (Arte poética, 388-389).
Lo que aquí ofrezco es, simplemente, una Lectura del «Polifemo», purgada de erudiciones superfluas y exenta de variantes, paráfrasis, notas al pie o cualquier otro de los ingredientes que constituyen una edición propiamente dicha. Una lectura lineal, sin otro cuarteamiento que el permitido por las octavas, que van pautando la narración y a las que el autor dio casi siempre el rango de estampas emancipadas del conjunto. Una lectura literal, pero desde el convencimiento de que en la literalidad de la poesía están involucradas la tradición y la metáfora. Una lectura integral, que procura no limitarse a inventariar fuentes, alusiones mitológicas, libertades sintácticas o piruetas léxicas, y que aspira a que todos esos elementos recuperen en el comentario una parte, por pequeña que sea, de la cohesión que tuvieron al ser concebidos y organizados por el talento de Góngora.
A calibrar ese talento se han dedicado muchos hombres y no pocas mujeres desde el mismo siglo XVII. Los principales comentaristas antiguos del Polifemo fueron Pedro Díaz de Rivas, José Pellicer, García de Salcedo Coronel, Andrés Cuesta y Martín Vázquez Siruela (este último en unas notas manuscritas sin orden y hasta hoy muy poco aprovechadas): su labor dejó el problema de las «fuentes» prácticamente resuelto, pero también revuelto —signos del tiempo o gajes del oficio—en una ingenua y competitiva ostentación de coincidencias con otros poetas clásicos o modernos que a menudo desvirtuaba o malentendía la indudable originalidad de don Luis, no surgida de una simple «imitación de diversos», sino de un complejo alarde de memoria creativa. Con frecuencia ha sido preciso, por tanto, desandar lo andado o desgranar lo sembrado a locas por los comentaristas, pero no me he cansado de reconocer con citas y menciones lo mucho que les debemos. No es menor nuestra deuda con los gongoristas modernos. Escribir sobre el Polifemo después de Antonio Vilanova y, sobre todo, de Dámaso Alonso es obligarse a un esfuerzo suplementario de humildad; todo el que lo intente acabará sintiéndose aludido por la famosa frase de Juan de Salisbury: «somos enanos en hombros de gigantes». Pero lo cierto es que el gigante fue don Luis y que los gongoristas no hacemos más que arrimar el hombro para entender sus versos, que todavía esconden muchos tesoros.
En este volumen no hay espacio para interpretaciones simbólicas ni para discusiones críticas si no resuelven los problemas del texto. De las contribuciones que han supuesto alguna novedad queda constancia con el debido laconismo, porque he evitado convertir estas páginas, ya bastante pobladas de remisiones a los poetas clásicos, en un terrero de datos entorpecedores. Además, la crítica literaria, la ecdótica, la etimología, la filología y aun el arte, la filosofía y la historia, en un trance como el presente, no son otra cosa que disciplinas auxiliares de la literatura.
Un proverbio antiguo que circulaba entre humanistas venía a decir que «Leer sin entender es tanto como no leer». La lectura sin comprensión es, en efecto, una lectura no consumada ni placentera que produce insatisfacción, y el lector insatisfecho prefiere achacar su mengua a la absurdidad de los textos que a su propia indolencia. Este libro quiere mostrar a los lectores, a cualquier lector, empezando por el estudiante primerizo (y ojalá el estudioso avezado encuentre también algún provecho), que la poesía de Góngora es perfectamente inteligible y que hay pocos caminos tan placenteros como el que conduce a su plena comprensión. Solo eso pretendo, leer, entender y, en la medida de mis fuerzas, dar a entender una de las obras poéticas más perfectas que se conocen: la Fábula de Polifemo y Galatea escrita en 1612 (aunque retocada mínimamente con posterioridad) por el poeta cordobés Luis de Góngora y Argote.
J. M. M. J.